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Foto del escritorJuan Blanco

Javier Garcés, el seudónimo que García Márquez usaba para escribir poesía.

En 1944, cuando cursaba el bachillerato en el Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá, Gabriel García Márquez y doce alumnos más fundaron el Centro Literario de Los Trece. Era un grupo que se reunía por lo menos una vez a la semana para hablar de literatura. Sus integrantes comentaban sus lecturas más interesantes y sometían a la opinión de los demás los relatos y poemas que habían escrito recientemente. Las reuniones tenían lugar en el segundo patio del liceo, dentro de un pequeño depósito que tenía las ventanas clausuradas por seguridad.

García Márquez contribuía a aquellas tertulias declamando sonetos que él mismo había compuesto y que firmaba con el seudónimo de Javier Garcés. En ese momento eran pocos los textos que llevaban su nombre, acaso por su carácter tímido y reservado. Solía escribir las cartas de amor que sus compañeros les enviaban a sus novias y muchos versos influidos por el movimiento poético Piedra y Cielo.

“Eran simples ejercicios técnicos sin inspiración ni aspiración, a los que no atribuía ningún valor poético porque no me salían del alma. Había empezado con imitaciones de Quevedo, Lope de Vega y aun de García Lorca, cuyos octosílabos eran tan espontáneos que bastaba con empezar para seguir por inercia. Llegué tan lejos en esa fiebre de imitación, que me había propuesto la tarea de parodiar en su orden cada uno de los cuarenta sonetos de Garcilaso de la Vega”, afirmó García Márquez en sus memorias, Vivir para contarla.

Producto de este interés por los libros y las historias, Carlos Martín, entonces rector del liceo y miembro activo de Piedra y Cielo, le financió al grupo una revista. Se llamó La Gaceta Literaria. Su primer y último número se publicó en julio de 1944. Constaba de ocho páginas de tamaño tabloide y tuvo un tiraje aproximado de ciento cincuenta ejemplares en los que figuraba la prosa lírica de Javier Garcés y un editorial bastante crítico de Carlos Martín que le costó su cargo e hizo que el gobierno confiscara la revista antes de su distribución.

No obstante, ese no fue el final del seudónimo que García Márquez usaba para publicar poesía. El 31 de diciembre de aquel año, el periódico El Tiempo imprimió en su suplemento literario el poema “Canción”. Fueron treinta y cinco versos que García Márquez compuso en honor a una amiga, Lolita Porras, que había muerto recientemente de forma trágica. El poeta y ensayista Daniel Arango fue el encargado de aprobar la publicación. Se trató del primer texto de Gabo que salía en un medio de circulación nacional:

Llueve. La tarde es una

hoja de niebla. Llueve.

La tarde está mojada

de tu misma tristeza.

A veces viene el aire

con su canción. A veces…

Siento el alma apretada

contra tu voz ausente.

Llueve. Y estoy pensando

en ti. Y estoy soñando.

Nadie vendrá esta tarde

a mi dolor cerrado.

Nadie. Solo tu ausencia

que me duele en las horas.

Mañana tu presencia regresará en la rosa.


Yo pienso —cae la lluvia—

nunca como las frutas.

Niña como las frutas,

grata como una fiesta

hoy está atardeciendo

tu nombre en mi poema.

A veces viene el agua

a mirar la ventana

Y tú no estás

A veces te presiento cercana.

Humildemente vuelve

tu despedida triste.

Humildemente y todo

humilde: los jazmines

los rosales del huerto

y mi llanto en declive.

Oh, corazón ausente:

qué grande es ser humilde!

Poco después, a comienzos de 1945, escribió “Soneto matinal a una colegiala ingrávida”, un poema que se cree que está inspirado en Mercedes Barcha, una estudiante que había conocido ese mismo año en Magangué y con quien acabaría contrayendo matrimonio trece años después, el 27 de marzo de 1958. Como era costumbre en ese tiempo, también lo firmó con el seudónimo de Javier Garcés:

Al pasar me saluda y tras el viento

que da al aliento de su voz temprana

en la cuadrada luz de una ventana

se empaña, no el cristal, sino el aliento

Es tempranera como una campana.

Cabe en lo inverosímil, como un cuento

y cuando corta el hilo del momento

vierte su sangre blanca la mañana.

Si se viste de azul y va a la escuela,

no se distingue si camina o vuela

porque es como la brisa, tan liviana

que en la mañana azul no se precisa

cuál de las tres que pasan es la brisa,

cuál es la niña y cuál es la mañana.

Dejó de usar este seudónimo en 1947, cuando publicó sus primeros cuentos en El Espectador (con su nombre) y empezó luego a escribir columnas para El Heraldo bajo otro seudónimo, “Septimus”, en honor al personaje Septimus Warren Smith de la novela La señora Dalloway de Virginia Woolf.

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